Powered By Blogger

viernes, 3 de febrero de 2012

Luz marchita

Caminé bajo las perezosas hojas de los árboles que comenzaban a crecer en los brazos de la primavera. El olor de las flores se colaba en mis sentidos embrujándome, como si fuera un perfume de mujer.
El parque estaba lleno de gente. Parejas con niños pequeños que jugaban en los columpios y algún que otro viejo solitario consumiendo las ultimas caladas de un cigarrillo liado a mano. En ese momento me asaltó a la mente el recuerdo de mi mujer. La vi perfectamente, agarrada a mi brazo mientras apoyaba su cabeza en mi hombro, haciéndome cosquillas en la mejilla con su pelo. Tuve que contener las lágrimas al pensar en ella, había muerto hacía cinco años.
Suspiré y busqué entre los bolsillos de la chaqueta algún caramelo con el que quitarme el sabor a café.
Me gustan los primeros días de primavera, siempre me hacían recordar la adolescencia, a mi mente acudía la imagen de un chiquillo de pelo castaño que ahora había encanecido, y esa sonrisa seductora que tras los años quedó marcada por los años y los surcos de la vida.
Recorrí el camino hasta llegar a las vallas que separaban el lago del parque, las ramas caídas de los sauces se movían sobre sus aguas formando ondas en la superficie, ondas que difuminaban la imagen de una mujer esbelta, su pelo moreno estaba recogido en un moño dejando sueltos algunos rizos, vestía una gabardina marrón y unas botas altas que estilizaban su figura.
Algo en mi interior me hizo acercarme a ella, sacando de mi alma marchita aquel seductor poeta que tan bien conocía.
Me apoyé en la valla a unos metros de ella haciendo como si observara el paisaje y la miré de reojo. Estaba concentrada en un libro de hojas amarillas. Me fijé más detenidamente en el titulo que se dibujaba en la portada: Cumbres Borrascosas. Al parecer había encontrado un alma romántica.
-Cumbres Borrascosas, interesante elección para los primeros días de la primavera.
Ella alzó su mirada del libro y la posó en mí. Sus ojos eran de un azul intenso marcados por arrugas y espesas pestañas. Me sonrió y volvió a hundirse en la lectura.
-Siento haberla molestado, me llamo Eduardo.
Cerró los ojos y juntó las tapas del libro, se giró y apoyó una de sus caderas en la valla.
-Encantada, yo soy Rebeca.
-¿Deja usted de leer? -dije observando el libro cerrado entre sus manos.
-Sí, después de que me hablen siempre pierdo la concentración.
-¿Entonces, le apetecería dar un paseo?
Se quedó pensativa por unos instantes y luego aceptó, metió el libro en su bolso y comenzó a andar a mi lado. No sé porque la invité a ello, tenía ya casi cincuenta años y yo me encontraba allí como un colegial que buscaba una nueva conquista.
-¿Viene siempre a leer al parque?
-Sí, adoro leer al aire libre, es la mejor forma de olvidar los pesares. ¿Y a usted, le gusta leer?
-Nunca fui aficionado a la lectura, pero no me importa que me lean.
Ella sonrió mientras bajaba la mirada a su reloj de muñeca.
-¡Oh, dios mío! Las siete, debo… -me miró excusándose- discúlpeme.
-Claro que sí, pero, por favor, llámeme Eduardo.
-Sí, sí claro, Eduardo -dijo despistadamente mientras echaba a andar- adiós -Espere -grité- ¿Estará aquí mañana?
-Quién sabe - respondió.
Después vi su figura introducirse en el parque. Fue como si se llevara algo de mí.

Pasaron varias semanas en las que nuestra relación se hizo más fuerte. Todas las tardes quedábamos en el lago del parque, ella siempre traía un libro del que leía los fragmentos que más le gustaban. Uno de esos días estábamos sentados en los bancos bajo los cerezos y ella preguntó:
-¿Estás casado, Eduardo?- dijo mientras sus ojos azules caían sobre mi mano.
-Lo estuve -respondí con un deje de amargura en la voz.
-¿Un divorcio?
-No, soy viudo.
Sus ojos se tiñeron de compasión, pero evite su mirada mientras seguía hablando.
-Pasó hace ya cinco años. Ella murió de cáncer.
-Lo siento mucho, Eduardo, no lo sabía.
Le sonreí con tristeza:
-Ya no importa, no hay dolor cuando pienso en ella, solo nostalgia -No pude evitar mentirle.
Quedamos en silencio por unos instantes, reflexionando sobre lo dicho.
-¿Y tú, Rebeca, estás casada? -me encantaba sentir su nombre en mis labios. Ella rió sin gracia, bajó la vista al libro que estaba en el banco: El romance del bosque.
-Mi vida ha sido como un libro romántico del siglo XIX, a mitad de la historia, cuando todo parecía perfecto, se acababa.
-¿Y eso, a qué se debe?
-No lo sé -se encogió de hombros-. No he tenido mucha suerte en el amor.
Los dos nos miramos, ella no había tenido suerte en el amor y yo lo había perdido en el transcurso de la vida.
-Léeme, Rebeca. Hazme olvidar los pesares de mi vida.
Ella sonrió, abrió el libro por una de las páginas marcadas, pero antes de empezar posó sus ojos en mí
-¿Y tu familia? ¿Tienes hijos?
-Hijos… -suspiré-, nunca pensamos en tenerlos, aunque ahora me arrepiento de ello.
Mi rostro se debió de teñir de verdadero dolor, porque preguntó:
-Sigues amándola, ¿verdad?
-Igual que el primer día.
Noté en su boca un rictus de decepción.
-¿Era bella?
-Tan bella como un atardecer en el mar.
-Una mujer con suerte.
-¿Por qué dices eso, Rebeca? –le cogí sus finas y blancas manos y la miré fijamente -Tú también puedes tener esa suerte que tanto anhelas.
-No, Eduardo, mí tiempo ya ha pasado.
-No -dije convencido-, no permitiré que digas eso.
-Eduardo, el amor no está hecho para mí -sus ojos se llenaron de lagrimas- es una tontería seguir con esto.
Se levantó con brusquedad del banco y salió corriendo. Solo quedó de ella el libro y unas páginas abiertas.

Transcurrieron los días y la valla del parque siguió vacía. Sentí pasar el tiempo muy lentamente, deslizándose y retorciéndose por mi corazón.
Mis esperanzas caían abrumadas con cada solitario atardecer. Y día tras día me daba cuenta de que el haberme enamorado de ella la había hecho huir. Pero no desistí en ningún momento y una tarde la encontré sentada en uno de los bancos.
-Hola -ella me miró y volvió a bajar la vista al libro que tenía entre sus manos-. Hacía tiempo que te buscaba.
Me senté a su lado con temor a que volviera a irse.
-Rebeca, no me andaré con rodeos, los dos tenemos algo que el otro necesita.
Alzó la mirada curiosa, como si se diera cuenta en ese instante de que me había sentado a su lado.
-Pero qué dices, Eduardo, ni tú ni yo -apoyó la mano en su pecho- necesitamos más de lo que ya tenemos.
-A sí… ¿tan segura estás de eso?
-Pues claro- dijo abriendo el libro por la página marcada.
-¿Y el amor, Rebeca? ¿Qué hay de él?
-¿Otra vez Eduardo?, no empieces con eso…
Su voz sonó pesimista, pero no me iba a rendir.
-Necesitamos el amor para vivir, Rebeca. Si no estaríamos como… muertos.
Puso los ojos en blanco y se levantó, su vestido negro desentonaba con los colores que inundaban el parque.
-Entonces yo debo ser un fantasma.
Echó a andar. El golpeteo de sus tacones producía un sonido hueco que espantaba a los pájaros posados en las ramas. Y yo, como si algo tirara de mí, la seguí.
-Rebeca, por favor espera.
Ella ni siquiera se giró con mis suplicas, pero conseguí alcanzarla y la agarré del brazo.
-¡Suéltame! -Sus ojos azules brillaron con indignación.
-Solo te pido un momento, Rebeca, nada más, después podrás irte y hacer lo que tú quieras.
Suspiró mientras sus ojos observaban los movimientos que se producían en el parque.
-Cinco minutos, nada más.
Sonreí con amplitud y busque coraje. Ésta iba a ser una batalla difícil de ganar.
-Es evidente que entre los dos ha surgido algo, tal vez no me atreva a llamarlo amor, ya que no conozco a ciencia cierta tus sentimientos. Pero es algo distinto a lo que une una amistad. No sé si fueron tus ojos la primera vez que me miraste, tal vez tu sonrisa o incluso tu voz al leer en alto. Pero me he enamorado de ti. No es un amor pasional -dije metiendo mis manos en los bolsillos- ni conmovedor, ni arrebatador… claro que no, eso está fuera de lugar a nuestra edad, pero sí que es un amor que busca el apoyo y la compañía de otra persona que lo necesita -esta vez la miré sin apartar mis ojos de los suyos- No te pido empezar de cero, ni siquiera casarnos solo te pido que estés junto a mí, solo eso.
Ella quedó callada durante un instante que me pareció una eternidad, a mi alrededor todo había enmudecido, el canto de los pájaros, los gritos alborotados de los niños pequeños, el murmullo de las hojas. Solo quería oírla a ella aunque sus palabras fueran dolorosas.
-Eduardo, el amor consuela como los rayos de sol después de la lluvia. Y yo no busco consuelo. No, ni siquiera amor. Ya sé que el amor es algo importante, pero la vida tiene muchas más cosas con las que se puede ser feliz. Y yo me conformo con esas pequeñas cosas.
-Pero yo creía…-no pude acabar la frase.
-Lo siento, si te hice pensar que te necesitaba o incluso que me había enamorado de ti, pero no es así.
Los dos quedamos callados asimilando las palabras, que a mi parecer se deslizaban muy lentas por mi garganta, arañándome por dentro.
-Como ya te dije, mi tiempo ha pasado, ahora toca disfrutar de otras cosas de la vida. Lo siento. -alzó la mano, pero antes de posarla en mi hombro la retiró, dirigió su última mirada. Una mirada que me ahogo en un azulado dolor y después se marchó como un alma errante entre las cortezas de los árboles, que ahora se teñían de gris y un cielo que empezaba a perder todo su color.

Ana Pinel Benayas.

miércoles, 29 de junio de 2011

El velo de la pasión

La lluvia caía como una capa fina sobre la gran catedral de Toledo. El agua resbalaba contra las piedras como lágrimas eternas.
Las calles estaban vacías. Las gentes dormían tranquilas, en sus casas, y solo una sombra oscura y encapuchada recorría la cuesta que bajaba hasta la catedral.
Su figura era imponente y su destino el santo lugar.
Se paró enfrente de la fachada principal de esta y observó los acusadores ojos de Jesús mirando hacia el horizonte en la última cena.
Esos ojos. Ese dios. Atrapaba en un caparazón de castidad a su amada pero la noche lluviosa a la que se enfrentaban la arrancarían de ese velo de oculta pasión.
Entró abriendo las dos puertas de par en par dejando que la fuerte tormenta penetrase en la Catedral como un augurio de lo que sucedería.
El la tempestad. Ella la calma.
Las velas titilaron y algunas llegaron a consumirse. Pero no aquella que colgaba encima del altar que iluminaba con una tenue luz a una figura femenina engalonada de blanco que ni siquiera se había movido al abrirse las puertas.
James caminó sobre el frio suelo mientras se quitaba la capa negra de la que chorreaba montones de gotas cristalinas.
Su cuerpo produjo grandes sombras en la piedra y sus pasos solo dejaron de resonar cuando se paró detrás de la muchacha que rezaba ante el altar.
La chica se levantó lentamente los pliegues de su túnica cayeron sobre el suelo sagrado como lindas olas blancas.
James observó su rostro pequeño y menudo, las largas pestañas dibujaban sombras sobre sus mejillas.
-¿Que desea? la casa del señor está al servicio de todos.
-No te andes con rodeos Ann sabes a lo que he venido.
La chica retrocedió apartándose de él.
-James no puedo hice un juramento…
-Solo los juramentos sellados con sangre son los que no se pueden romper.-Le interrumpió impaciente el chico.
Los cuerpos de ambos estaban cada vez más cerca el uno del otro.
-Pero él me castigara.- Ann giro su rostro a la figura sangrienta de Jesús en el altar gótico.
Sus ojos estaban clavados en ellos produciendo un efecto escalofriante.
-El no existe Ann tú lo sabes mejor que ningún ser humano.
Las manos de James se posaron sobre la estrecha cintura de la chica.
-Abandona al dios al que sirves, y ocupa tú su lugar, dejando que sea yo el que te adore y rece- le susurro mientras buscaba con sus dientes la oreja de la muchacha.
Ann suspiro sabia que luchar contra la pasión de él le resultaría muy difícil, era mejor dejarse llevar y hacer lo que él le había dicho ocupar su puesto en el mismísimo Olimpo.
Se giro lentamente mientras observaba el rostro de James sus ojos azules estaban clavados en ella con devota lujuria y en sus labios jugaba una sonrisa de pasión.
-Seré tuya, pero solo esta noche.
-Si te entregas hoy, serás mía hasta mi muerte.
La respiración de la muchacha se agito al notar las grandes manos de James rozar sus pechos mientras retiraba lentamente los cordones de su escote.
James se acerco a ella y la beso muy lentamente dejando que su lengua se hundiera en la boca de la muchacha mientras retiraba con suavidad la túnica de sus hombros descubriendo su piel cremosa y suave.
Sus manos resbalaron por su tripa desnuda la recogió entre sus brazos y volvió a besarla ahora con dulzura mientras dejaba que ella le desnudara.
Sus cuerpos se rozaron. Piel contra piel.
Y en ese momento Ann le miro a los ojos y no puedo evitar susurrarle:
-Te quiero.
-Lo sé pequeña.
La levanto con delicadeza hasta llegar al altar allí la poso mientras la observaba desnuda. Su piel pálida brillaba bajo la luz de las velas, sus piernas se rozaban las unas contra las otras intentando buscar ese placer que solo hallaría entre los brazos de James.
El chico se poso sobre ella mientras depositaba besos por todo su cuerpo haciendo que los escalofríos recorrieran la piel de la chica y que la pasión creciera en su interior…

Comenzaba a amanecer. Los dos amantes estaban dormidos acurrucados el uno contra el otro. La pasión de la noche anterior les había mostrado que entre ellos había más que lujuria. Había amor, algo profundo que consigo romper con las supersticiones y la manipulación.
James despertó estaba contento por haber conseguido tener a Ann entre sus brazos. El encuentro había sido mágico y fabuloso. Deposito un beso en la frente de la chica y se levantó mientras comenzaba a vestirse.
Tenía que partir antes de la primera misa no quería ningún incidente con la Santa Inquisición.
Se giró y lo que vio le dejó petrificado y lleno de dulzura.
El pelo de Ann se encontraba desparramado sobre el frio suelo en lindas hondas y los primeros rayos del amanecer, habiéndose colado juguetones por las cristaleras bailaban en su rostro dándola una luz angelical.
Se agacho sobre ella y la despertó besándola en los labios. Ann no se sobresalto tan solo sonrió contra aquella boca que la aprisionaba.
-Vamos pequeña es hora de levantarse.
La chica se estiro lentamente bajo el cuerpo de James, haciendo que uno de sus pechos quedara al descubierto.
-Te recomiendo que te tapes- le susurro al oído el chico- a no ser que quieras que pase lo mismo que ayer.
Ann sonrió pícaramente.
-La verdad es que no me importaría.
-No tientes al diablo- dijo sarcásticamente James- vístete dentro de unas horas van a comenzar las misas.
Pero a los amantes no les dio tiempo ni a reaccionar ya que las puertas de la gran iglesia se abrieron de par en par dejando que el eco de una conversación llegara hasta ellos.
-Sí, fue una figura oscura y con forma de hombre la que entro y no ha vuelto a salir.
-Su colaboración con la Inquisición, no pasara desapercibida a ojos del grande. Ahora por favor vuelva con su familia y deje que actuemos.

James tapo con su cuerpo a Ann que se había quedado petrificada.
-Aquí están señor.
Un monje inquisidor a pareció ante ellos la larga capucha tapaba sus ojos.
-Señor James elegisteis mal sitio para cometer un pecado tan grave. Pero dígame que esconde detrás de él.
-Nada de lo que su infernal grupo de hombres puedan beneficiarse.
El inquisidor se acerco a él. Le empujo bruscamente contra una de las columnas.
-Pero que tenemos aquí. Guardias habéis tenido suerte.- dijo mientras empujaba a la muchacha contra sus hombres.
-¡No!- grito Ann al notar las sucias manos de la Inquisición sobre ella.
-No se atrevan a tocarla.
James se adelanto amenazador pero una mano fría lo retuvo.
-Si pecador, ella recibirá lo que merece después será quemada en la hoguera.
Pero los años de entrenamiento con la espada pudieron más que las oscuras intenciones del monje.
James se giro bruscamente recogió su espada que reposaba en el suelo y se tiro sobre el inquisidor.
-Ahora serás tu el que ardera en las llamas del infierno que vosotros mismos os habéis construido.
La espada atravesó el costado del monje pero antes de morir pudo pronunciar unas palabras.
-Matadla que no la coja con vida.
Y así fue una de las dagas cayó sobre el cuello de Ann.
-¡Nooo!- James corrió hacia ella dejando su guardia completamente bajada. Ya nada le importaba.
Recogió a Ann entre sus brazos. La sangre gorgoteaba por su cuello y esta había comenzado a pintar sus labios.
Pero el dolor de James fue efímero. Una espada cayó sobre su cuello haciendo que su cabeza rodara hasta el altar.
Una única religión, un único intento de poder supremo y oscurantismo. Consiguió recoger tantas lágrimas de sangre bajo techo sagrado.

domingo, 19 de junio de 2011

Mi despedida. Amor

Capítulo 1: Recuerdos

Cada noche los recuerdos acuden a mi mente. Los momentos inundan mi cabeza, se apilan ante mí y uno tras otro me van desgarrando el corazón, robándome un cachito de mí mismo.
Todavía te recuerdo hay sentada, tu pelo ondulándose contra la suave brisa marina, y tu sonrisa invitándome a vivir.
Me diste la vida, mi primer beso y las primeras caricias que me inundaron el alma de pasión. Ya que hacía tiempo que el frio de los siglos había congelado mi corazón, y los recuerdos del amor se habían desvanecido en promesas rotas de cariño eterno.
Desde el primer momento en que descubrí que mi mujer me engañaba supe que no podría volver a enamorarme de otra persona. Ella había marcado mi corazón a fuego lento. Encerrando mi alma en su prisión de carne y hueso.
Pero ahora que lo pienso fui muy ingenuo al creer que lo que viví con esa mujer era amor y cariño.
Yo era muy joven y estaba locamente enamorado de ella.
Fue ese amor lo que me impidió ver que sus besos eran fríos, sus abrazos faltos de cariño, y sus palabras estaban vacías de sentimiento.
Por eso cuando te salve esa noche supe que había encontrado una parte muy importante de mi vida y aquí es donde comenzó todo:

Fabar corrió hacia el callejón, de donde provenían los gritos.
No solía ir a ayudar a los humanos. Pero esta vez su instinto le decía que la persona que estaba en peligro iba a ser alguien importante para él.
Volvió a escuchar los gritos y una voz masculina que decía:
-¡Cállate puta!
Por su mente paso una sola palabra. Violación.
Se paró ante la entrada del callejón y observó la escena.
Una muchacha de pelo largo y claro estaba tirada en el suelo. Arrinconada contra la pared. Delante de ella se alzaba un hombre que rondaría los treinta, de pelo oscuro.
-¡Eh tu! Déjala empaz.
El hombre se giró con una sonrisa de desdén en la boca, pero cuando vio el imponente cuerpo de Fabar su rostro cambió. Mientras sus ojos fueron cubiertos con un velo de terror.
-No es lo que piensas. Yo…yo solo….
-Largo de aquí antes de que tome medidas.
El hombre corrió hacia la salida y cuando paso junto a Fabar agacho la cabeza y se pegó a la pared.
El vampiro se acercó a la chica muy lentamente.
-No te voy a hacer nada. ¿Vale?
La chica dirigió su mirada a los ojos de Fabar, y asintió insegura con la cabeza. Sus hombros temblaban produciendo espasmos a sus manos y por su mejillas rodaban lágrimas teñidas por el rímel.
Fabar no sabía que hacer. Había salvado a una chica de una violación, no podía dejarla ahí tirada. Pensó que necesitaba algo que la tranquilizara asique se agacho junto a ella.
-Voy a abrazarte ¿vale?
La muchacha se encogió un poco más, pero asintió con la cabeza.
El musculoso cuerpo de Fabar rodeó a la chica.
Al principio, ella, no se movió, pero luego sus brazos volaron al cuello del vampiro. Le estrecho con fuerza y hundió el rostro en su garganta.
Unas tibias lágrimas rodaron por la piel de Fabar.
El vampiro sintió que las pulsaciones de su corazón se aceleraban de rabia al sentir los espasmos de la muchacha contra su pecho.
En ese momento juro que iba a matar al hombre que le había hecho esto a… un momento no sabía el nombre de la chica.
Pego los labios a la oreja de ella y susurró muy despacio:
-¿Cómo te llamas?
La muchacha inspiró hondo. Su voz sonó trémula cuando respondió.
-Me llamo Victoria.
Fabar se separó un poco para mirarla pero esta no alzó la cabeza.
-Victoria mírame un momento.
Tras un instante de vacilación la chica alzó la cabeza.
-Te juro que matare al que te ha hecho esto.
Las lágrimas volvieron a inundar los ojos de Victoria.
-Ssssh no llores. Solo respira hondo y mírame fijamente.
La chica hizo lo que le ordenaban mientras notaba que un sopor inundaba su cabeza. Sus ojos comenzaron a cerrarse. El sueño acudía a su encuentro.

Capitulo 2: Respuestas

Victoria abrió los ojos lentamente e intento recordar algo de la noche anterior, todo en su cabeza eran imágenes borrosas. Solo recordaba un cuerpo que la abrazaba. Después nada.
Intentó girarse pero notó algo pesado contra su cintura. Miró hacia abajo y vio un brazo que la rodeaba.
Su corazón se aceleró ¿De quién era ese brazo? Y ¿Qué había sucedido anoche?
Se dio la vuelta bruscamente y observó al chico que tenía a su lado.
Era muy guapo. Tenía el pelo rubio y largo, unas oscuras pestañas que producían sombras en sus mejillas, sus labios eran perfectos, carnosos y cuidados, preparados para ser besados.
Victoria dejó de pensar en eso. Se sentó en la cama haciendo que la mano del chico se posara en su pierna, una mano grande y pálida donde unas venas azules se trasparentaban.
El movimiento hizo que Fabar se despertara. Victoria pudo observar sus ojos azules, con los que quedó hipnotizada.
-¿Victoria estas bien?
La muchacha se dio cuenta de que se había quedado embelesada mirándole. Salió de su ensoñación y respondió.
-Claro que no. ¿Quién eres tú?
Fabar sonrió. Ya no se acordaba de que al dormir a un humano su cerebro tardaba en recordar lo ocurrido en las últimas horas.
-No te preocupes dentro de un rato te acordaras de todo.
La incredulidad acudió al rostro de Victoria abrió la boca para hablar pero un dedo se poso en sus labios.
-Tranquila no temas. Te prometo que no te voy a hacer daño.
Fabar se levantó de la cama y fue hacia la puerta.
-Espera- Grito Victoria- ¿Cómo te llamas?
-Fabar. Por cierto, Victoria, el baño esta allí.
La chica se levanto y se dirigió al cuarto de baño.
Era una habitación grande. Tenía una ducha y una bañera con hidromasaje, un gran espejo decoraba toda la pared derecha y debajo un lavabo de mármol negro.
Victoria se quitó la ropa y se metió directa en la ducha, sin llegar a fijarse en su reflejo.
El agua caliente relajo sus extremidades, metió la cabeza debajo del chorro y enjabono su largo pelo con un champú que olía a rosas.
Después de pasar casi media hora bajo el chorro decidió salir. Cerró el grifo y abrió la enorme mampara.
El gran espejo estaba completamente empañado cogió una de las toallas y la paso por encima con delicadeza, retirando poco a poco el vapor.
Cuando hubo acabado miró su cuerpo desnudo, seguía igual que siempre esbelta y delgada. Pero algo llamó la atención de sus ojos, un moratón sobre su pecho y otro alrededor de su brazo.
Una imagen borrosa acudió a su mente, era de un hombre que la sacaba con brusquedad de la discoteca y la llevaba hacia un callejón, pero no pudo ver la cara de su agresor el recuerdo estaba muy oscuro.

* * * *

Fabar notó la presencia de alguien en la puerta se giro lentamente con una sonrisa en el rostro, pero lo que vio le dejo conmocionado.
Victoria estaba delante de él. Vestida solo con unas braguitas y el sujetador, su pelo rubio caía mojado sobre su espalda.
Pero lo que le impacto fueron los moratones que tenía en el cuerpo.
Se acerco hacia ella pero la chica retrocedió
-Dime que esto no me lo has hecho tu- la muchacha se miró los hematomas.
La pregunta pillo desprevenido a Fabar.
-Claro que yo no te he hecho eso. Jamás podría hacerte daño Victoria.
La chica suspiro aliviada mientras que sus piernas se flexionaban hacia delante. Fabar corrió hacia ella. La cogió entre sus brazos y la tumbó en uno de los sofás del salón.
Victoria la miró horrorizada pero no pudo reprimir la pregunta.
-¿Qué sucedió a noche? Fabar.
-Victoria, no creo que debas saberlo.
-Fabar necesito saber lo que ocurrió anoche para poder enfrentarme a ello.
-Te intentaron violar pero no pudieron… yo llegue antes.
-Oh cielo santo…- las lágrimas inundaron los ojos de Victoria.
Fabar se sentó junto a ella y la estrecho con fuerza.
-No llores Victoria- deslizó sus manos por el pelo mojado de la chica- te prometo que el tiempo que pases a mi lado no permitiré que te pase nada malo. ¿Me oyes? Nada.
Victoria comenzó a llorar aun más fuerte, hundió el rostro en el cuello de Fabar mientras le abrazaba con fuerza.
De repente un recuerdo acudió a la mente de la chica, en el callejón donde casi fue violada, Fabar le había jurado que iba a matar al que le había hecho eso.
Y por primera vez en mucho tiempo Victoria se sintió a salvo.

Desde este momento, Vic, comencé a amarte. Sentía que no podía dejarte escapar, que no podía perderte. Porque si lo hacía estaría perdido.

Capitulo 3: El primer beso

En los días siguientes nuestra relación se fue enlazando y poco a poco te demostré que yo no era del todo humano. Mi parte vampírica florecía en algunos momentos en los que te creía amenazada. Pero tú, mi vida, nunca huiste, si no que venias a tranquilizarme, a decirme que no pasaba nada. Y debo confesar que esto nunca me había sucedido con otra persona.
Y ahora que los recuerdos asaltan mi mente todavía sonrío cuando pienso en nuestro primer beso:

Victoria bajó las escaleras lentamente. Se había quedado solo en casa y quería darle una sorpresa a Fabar haciendo algo de cena.
Asique se dirigió a la cocina decidida. Pero no sabía qué hacer, su último recurso era hurgar en las estanterías para ver que encontraba.
Saco unas láminas de pasta, bonito, tomate frito, y queso rallado.
Con eso lo tenía todo para hacer unos canelones.
Los preparó y cuando ya estaban terminados los metió en el horno. Solo faltaba esperar.
Se giró sobre sus talones y se sentó en una de las sillas de madera. Sobre la mesa había dejado un antiguo ejemplar de Frankestein lo cogió entre sus manos y comenzó a leer, pero aun faltaba un detalle tenía que poner la mesa.
Se levantó y cogió un bonito mantel negro con puntillas en los bordes, encontró una cubertería de plata preciosa y decidió ponerla, unas copas de cristal y unas cuantas velas dieron a la cocina un toque entre romántico y lúgubre.
A los canelones todavía les faltaba cuarto de hora asique decidió irse al salón a leer. Se acomodó en el mar de cojines de color marrón y purpura y comenzó a leer.
Al poco rato Victoria oyó el suave crujir de la puerta al abrirse.
Fabar había vuelto.
-¿Victoria?- su voz sonó preocupada
-¡Estoy aquí en el salón!
Los fuertes pasos del vampiro resonaron por toda la casa.
Cuando llegó al salón Fabar se maravillo ante la imagen que tenía delante.
El pelo rubio de Victoria caía en cascada entre el mar de cojines y este relucía con los destellos de la tenue lámpara que la alumbraba.
Se había puesto una de las camisas negras del vampiro que la cubría hasta la mitad del muslo, sus largas piernas se cruzaban en una pose muy femenina y su pálida piel resaltaba contra el marrón chocolate del sofá.
-¿Qué haces Vic?- la voz de Fabar sonó ronca mientras se acercaba a ella.
-Leyendo un poco.
-¿El que lees?
-Frankestein.
-Ummm.
El vampiro se deshizo de sus pesadas botas de motero y se sentó junto a Victoria que recogió las piernas para dejarle un sitio.
-Sabes ese es mi libro favorito- se acercó a ella para recogerle, y cuando estuvo a su lado rozó con su nariz el cuello de la chica y aspiró su aroma.
Los colmillos de Fabar se alargaron instantáneamente, acercó sus labios a la piel de la muchacha y comenzó a besarla despacio.
El corazón de Victoria empezó a latir más deprisa cundo notó que el vampiro se pegaba mas a ella. Los brazos del chico se cerraron sobre su cintura.
Fabar la tumbo en el sofá y él se deslizó sobre ella.
Sus labios recorrieron la garganta de la chica hasta llegar a su oreja. Comenzó a mordisquearla lentamente. Dejando un pequeño rastro de mordiscos en su lóbulo izquierdo.
Un suspiro de alivio se escapo de los labios de Victoria cuando Fabar dejó de morderla. Ahora sus labios se dirigieron hacia su barbilla muy lentamente hasta llegar a sus mejillas sonrosadas. Allí deposito unos cariñosos besos.
Luego su boca busco poco a poco los labios de Victoria, con un simple roce, con un mordisco, con el suave tacto de su lengua. Hasta que sus labios se unieron por completo…

Capitulo 4: Nunca me lo perdonare

Cada noche recordaba la cara y el olor del maldito que intento violarte.
Siempre me decía a mi mismo que tenía que ir tras él. Que alguna noche tenía que localizarle para acabar con aquel desgraciado.
Sabía que era un mal resto de drogas y alcohol y que su único cometido en el mundo era destrozar la vida de otras personas.
Pero la calidez de tu cuerpo, el arrullo de tu voz, o el simple hecho de estar junto a ti. Me atrapaba y no me dejaban huir.
Y ahora todas las noches los recuerdos acuden a mi mente y acuchillan mi alma:

-Vamos a dar una vuelta por la ciudad, ¿Te vienes?
Fabar levantó los ojos del libro que tenia entre las manos para mirar a su amada.
-Si claro dentro de un rato me acerco a veros, en cuanto me termine el libro.
Los tacones de Victoria resonaron por el salón.
Se agachó junto al vampiro y le miro a los ojos
-Deberías dejar de leer tanto, o me terminaras olvidando.
-Victoria tu sabes que eres mi única, verdadera pasión.
Una sonrisa se deslizó por los labios de la chica. Junto su boca con la de Fabar a modo de despedida.
Cuando se hubo separado Fabar le pregunto.
-¿Dónde vais a estar?
-En Jumbo.
El rostro del vampiro palideció.
-Victoria…
-Lo sé, se que allí paso todo. Pero ya ha pasado mucho tiempo y además alguna vez me tendré que enfrentar a ello ¿No crees? Además no te preocupes no voy sola.
Fabar sonrió, pero la sonrisa no le llegó a los ojos. Algo le decía que Victoria corría peligro.
Descarto esa superstición de su mente. Seguramente solo fuera por lo que pasó la última vez.
-¡Victoria!- la chica se giró a mirarle- ten cuidado por favor.
-Tranquilo mi amor, lo tendré.
La puerta se cerró suavemente.

Victoria miró la hora en el móvil. Fabar la había dicho que iría con ellas en cuanto terminara el libro. Ya había pasado demasiado tiempo.
-¿Qué te pasa Victoria?
La chica se giró hacia una de sus amigas.
Se hallaban en una de las mesas del centro de la discoteca, al lado de la pista de baile. Los muchachos de los alrededores no les quitaban los ojos de encima. Miró a su compañera y sonrió.
-Tranquila, Em, no me pasa nada.
-¿Enserio?
-De verdad, estoy bien.
Un muchacho caminó hacia su mesa con aires de conseguirlo todo. Y se paró en frente de Em.
-¿Quieres bailar conmigo?
La chica sonrió a Victoria, se levantó de la mesa y se perdió entre la multitud, agarrada del chico.
Victoria observó a sus amigas. Todas estaban ocupadas bailando o hablando asique le tocaba ir sola a los cuartos de baño de afuera.
Recogió su chaqueta y la puso encima de su bolso. Camino hacia fuera y se dirigió a las baños sin darse cuenta de que alguien la seguía.
La brisa del mar revolvió su pelo, las nubes tapaban la luna, por eso el callejón de los baños estaba sumido en la oscuridad.
Era raro, pero no había nadie.
Victoria se dirigió con paso decidido a la puerta del baño de las chicas pero una voz la paró.
-Perdona, pero se te ha caído esto.
Una sonrisa de gratitud afloró a los labios de la chica cuando se giró. En eso momento las nubes habían dejado paso a la luna y Vic pudo observar el rostro del hombre, un rostro que recordaba bastante bien.
Era un hombre de unos treinta años y pelo oscuro, en sus labios bailaba una sonrisa de desdén.
No puede ser pensó Victoria mientras que la expresión de su rostro era sustituida por el pánico.
-Veo que me recuerdas, eh puta.
Un grito se escapó de los labios de la chica cuando el hombre se abalanzó sobre ella.

Fabar saltó del sofá. Algo en su interior le decía que Victoria corría peligro. No lo pensó dos veces, cogió su chaqueta de cuero negra y salió disparado hacia el coche.
Su instinto le llevo hasta el callejón donde encontró por primera vez a Victoria.
-No por favor, no- sabía que jamás se perdonaría el que le volviera a suceder algo.
Bajó del coche sin llegar a echar el seguro y lo primero que escucho fue un grito y después el golpe seco de un cuerpo al desplomarse. El corazón del vampiro se paro por un instante, después la ira hizo que sus pulsaciones se aceleraran.
Corrió hacia el callejón con desesperación, pero la imagen que se deslizó ante sus ojos le hizo parar. Victoria estaba en el suelo. Un pequeño charco de sangre se estaba formando a su alrededor. Y de pie con la mirada fija en ella aquel desgraciado que intento violarla.
Los colmillos crecieron de forma involuntaria en la boca de Fabar.
-Juré que te mataría, ¡Maldito desgraciado!
El hombre se giró a mirar quien estaba detrás de el pero lo único que sintió fue un fuerte impacto que le estrelló contra la pared.
Fabar buscó la garganta del hombre con desesperación y cuando ya la encontró solo pudo decir.
-Jamás volverás a destrozar más vidas.
Sus colmillos atravesaron la piel del bastardo produciéndole una raja que hizo que se desangrara al instante.
El vampiro se limpió la sangre que le manchaba el rostro y corrió hacia Victoria. La cogió entre sus brazos y la abrazó. Aun respiraba.
-Vic cielo, soy yo. Fabar- los dedos del vampiro se deslizaron por el pelo de la chica- ya ha pasado todo.
-¿Fabar eres tú?-la voz de la muchacha sonó trémula, distante.
-Si mi vida soy yo.
Una sonrisa recorrió los labios de la chica.
-En esta ocasión has llegado tarde.
-No no digas eso, todavía podemos salvarte, todavía…- Victoria posó un tembloroso dedo sobre los labios del vampiro.
-Fabar ya no hay tiempo… he perdido mucha sangre…
-Pero…
-No pasa nada, Fabar… no importa- los ojos de la chica comenzaron a cerrarse.
-Vic no, no me dejes-las lágrimas rodaron por el rostro del vampiro.
-Ya no queda tiempo…- la voz de la chica no era más que un susurro
-¡Oh Vic! Lo siento, lo siento. No debí a verte dejado marchar sola- el vampiro comenzó a besar el rostro de la chica- Jamás, jamás me lo perdonare.
Las lágrimas se deslizaban por el rostro de Fabar, como casadas de dolor. Victoria abrió lentamente los ojos.
-No tienes que reprocharte nada… todo lo vivido junto a ti ha sido maravilloso… y nunca podre culparte de mi muerte… ¿Me oyes Fabar? Nunca.- los ojos de la chica se cerraron por completo y su respiración quedó congelada en la última palabra.
Un desgarrador grito de dolor inundo el callejón como única despedida.

Capitulo 5: Carta de suicidio

Sabes aun recuerdo como tu sangre manchaba mis manos, cuando moriste entre mis brazos. Aun pienso que volveré a girarme en la cama y te encontrare a mi lado dormida, aun te veo cuando ando por los pasillos sonriéndome, aun pienso en que cena me abras preparado cuando vuelva.
Pero la realidad es, que cuando me giró en la cama encuentro tu sitio vacio, que cuando levanto la vista por los pasillos no veo nada y que cuando vuelvo la casa está vacía, sin vida, en ella solo se puede respirar dolor y desolación porque tú eras mi vida.
Ahora me reprocho el no haberte dicho más veces que te amaba, ahora me reprocho el no haberte regalado más besos y abrazos, el no haber compartido más tiempo contigo, el no haber disfrutado de ti como debía.
Ahora sé que no aprecias de verdad a una persona hasta que la pierdes.

Ya no me queda nada Victoria. Tú lo eras todo para mí. Las paredes de esta casa son mi único consuelo, y el recuerdo más cercano de ti es tu olor en mi ropa.
Te echo de menos y he esperado demasiado para darme cuenta. Asique ya está decidido.
Hoy nace un nuevo día. Hoy el sol me guiara hasta ti. Mi ángel.

sábado, 27 de febrero de 2010

despertar

Repasé con mis dedos todos los abrigos de piel que colgaban de mi armario, ahora lánguidos y acusadores a mis ojos.
Mis manos todavía temblaban al recordar el sueño que me asaltó anoche.
Ese sueño había cambiado mi forma de pensar, me había hecho ver la realidad.
Recordaba claramente que era una loba de color pardo y ojos azules, que vivía escondida entre la maleza y las cortezas húmedas de los árboles. Podía apreciar todos los olores, escuchar el murmullo de las hojas al mecerse con el viento, observar todos los matices de verde que se dibujaban en la hierba y que resplandecían con la salida del idolatrado sol.
Pero un sonido seco y vibrante, rompió la magia en la que me hallaba sumida. Y el horror acelero mis pulsaciones cuando una bala rozó con ardor uno de mis costados.
Corrí desesperada, no sabía de donde provenía el disparo, ni a donde dirigirme.
Fue el miedo de sentir la muerte tan cerca y la duda de no saber a donde ir lo que me llevó a preguntarme: ¿por qué me sucedía esto a mí? ¿por qué se había roto la calma del bosque? ¿por qué había sido profanada la vida que allí habitaba?
Y después de recapacitar comprendí todo.
La vida de los animales y la calma del bosque habían sido profanadas por la codicia del ser humano, que no estando conforme con su propia piel roba a los demás la suya y sintiendo envidia de la tranquilidad de los bosques la rompe con crueldad y sin sentido.
El hombre ha estado ciego todo este tiempo, a destruido bosques, a arrancado pieles, ha dado caza sin tregua a animales hasta extinguirlos, ha ocultado el sol bajo nubes de contaminación que derriten los polos y producen enfermedades, sin llegar a darse cuenta de una cosa: “ Si destruyes la Tierra, destruyes tu hogar”
Todos hemos cometido un asesinato el de matar a quién nos dio la vida y nos proporciona comida y cobijo. La Madre Tierra.
Y ahora nos toca a nosotros, la juventud de hoy en día tenemos el deber y la responsabilidad de cuidar lo que queda de este mundo si queremos dejar que nuestros descendientes puedan tener la oportunidad de disfrutar con todo lo que nosotros hemos disfrutado.
Unamos las manos pues todas son necesarias

sábado, 2 de enero de 2010

TRIBUTO : AMADEUS MOZART

Deje que mis manos revolotearan por las teclas del piano, como si acariciaran una dulce flor, mis sentidos se intensificaron, y aunque mis ojos estaban vendados por una gruesa venda en mi mente podía ver las teclas y mis dedos acariciándolas.
Deje que la música fluyera por mis oídos y que se fundiera en el aire de la lujosa habitación, donde mi padre me había llevado.
Escuchaba sin entender muy bien, los murmullos de asombro de la gente que me rodeaba y todo terminó, los aplausos estallaron en la habitación mientras que una gran sonrisa se adueñaba de mi rostro.

jueves, 31 de diciembre de 2009

La cerillera - Hans Christian Andersen

Era la noche de San Silvestre, la última noche del año. Todo el mundo en la ciudad se apresuraba para llegar pronto a sus casas y refugiarse del frío y la nieve. Iban muy abrigados, y algunos llevaban regalos de Navidad. Tras los cristales ardía la leña en las chimeneas y había agradables aromas de los manjares preparados para la cena de aquella noche.En medio del ir y venir, un pequeña chiquilla vendía fósforos para ganar algo con que comprar siquiera un pedazo de pan. - Compren fósforos, lo mejor para encender fuego. ¡Compre cerillas, señor! Pero la gente apenas escuchaba su débil voz y desde luego, por nada del mundo sacarían las manos de sus tibios bolsillos con el frío que hacía.Poco a poco, la noche se fue acercando y la calle se quedó desierta. -¡Fósforos, fósforos! ¡Cerillas para la lumbre! –Pero la pobre cerillera pronto comprendió que no vendería nada más aquel día. Terminó pronto de contar las escasísimas ganancias. No podía volver así a su casa: sin llevar consigo algo de alimento para su familia.Pensó que quizá sus padres se enfadaran con ella por no haber sido capaz de vender más, eran tan pobres y tantas bocas que alimentar, que la más mínima cantidad marcaba una gran diferencia. ¡Si por lo menos no hiciera tanto frío! Tenía los deditos entumecidos, la nariz helada y le dolía mucho la garganta. Si se atreviera a encender una cerilla, sentiría un poco de calor...Al fin y al cabo, en su casa haría el mismo frío que en la calle, pues durante todo el invierno el agua de lluvia se había abierto camino entre las rendijas del tejado, formando goteras y el viento soplaba a través de lo cartones que formaban las paredes de su humilde casita. Se refugió en la esquina que formaban dos casas muy elegantes y con mucho cuidado para no destaparse, encendió un fósforo. Y la luz del fósforo al arder le mostró una acogedora estancia donde ardía el cálido fuego de la chimenea al lado de una mesa con humeante comida. Las llamas se reflejaban en las paredes creando figuras danzarinas y la pobre cerillera incluso podía sentir el calor de una manta sobre sus rodillas. Al apagarse, la niña volvió a la oscura y fría realidad.-Si pudiera ser todo el rato así...- Se lamentó la chiquilla –Encender otro fósforo no marcará ninguna diferencia, y sin embargo es tan agradable su luz... Y procedió a prender la llama que esta vez le mostró un salón bellamente adornado, con un árbol de navidad adornado con infinidad de pequeñas velitas centelleantes. Bajo él, los regalos esperando a ser abiertos por niños ilusionados.Al apagarse el segundo fósforo, la pequeña volvió a sentirse sola, en la noche acariciada por los copos de nieve que caían sin cesar, casi a oscuras, sentada en la calle y aterida de frío. - Encenderé otra cerilla – decidió la niña, pues las ilusiones que le brindaba la luz conseguían apartarla, siquiera por un momento, de la insensible realidadY así lo hizo, sostuvo la madera encendida delante de sus ojos y esta vez se vio a sí misma sentada a la agradable mesa al lado de la chimenea, tomando una sopa caliente que reconfortó su enfermo cuerpo. Y también era ella la que se acercó al majestuoso árbol de navidad para abrir los regalos que en su corta vida nunca había recibido.Tan agradable y tan nueva era la sensación para la chiquilla, tan gratificante sentir el calor del hogar, que esta vez, cuando se consumió la cerilla, sólo quedó junto a la esquina de las elegantes casas el pequeño cuerpecito de la vendedora de fósforos, pues su alma se negó a regresar a esa realidad que la había ignorado hasta el momento.

El cuervo

Edgar Allan Poe
Una vez, al filo de una lúgubre media noche, mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido, inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia, cabeceando, casi dormido, oyóse de súbito un leve golpe, como si suavemente tocaran, tocaran a la puerta de mi cuarto. "Es -dije musitando- un visitante tocando quedo a la puerta de mi cuarto. Eso es todo, y nada más."
¡Ah! aquel lúcido recuerdo de un gélido diciembre; espectros de brasas moribundas reflejadas en el suelo; angustia del deseo del nuevo día; en vano encareciendo a mis libros dieran tregua a mi dolor. Dolor por la pérdida de Leonora, la única, virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada. Aquí ya sin nombre, para siempre.
Y el crujir triste, vago, escalofriante de la seda de las cortinas rojas llenábame de fantásticos terrores jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie, acallando el latido de mi corazón, vuelvo a repetir: "Es un visitante a la puerta de mi cuarto queriendo entrar. Algún visitante que a deshora a mi cuarto quiere entrar. Eso es todo, y nada más."
Ahora, mi ánimo cobraba bríos, y ya sin titubeos: "Señor -dije- o señora, en verdad vuestro perdón imploro, mas el caso es que, adormilado cuando vinisteis a tocar quedamente, tan quedo vinisteis a llamar, a llamar a la puerta de mi cuarto, que apenas pude creer que os oía." Y entonces abrí de par en par la puerta: Oscuridad, y nada más.
Escrutando hondo en aquella negrura permanecí largo rato, atónito, temeroso, dudando, soñando sueños que ningún mortal se haya atrevido jamás a soñar. Mas en el silencio insondable la quietud callaba, y la única palabra ahí proferida era el balbuceo de un nombre: "¿Leonora?" Lo pronuncié en un susurro, y el eco lo devolvió en un murmullo: "¡Leonora!" Apenas esto fue, y nada más.
Vuelto a mi cuarto, mi alma toda, toda mi alma abrasándose dentro de mí, no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza. "Ciertamente -me dije-, ciertamente algo sucede en la reja de mi ventana. Dejad, pues, que vea lo que sucede allí, y así penetrar pueda en el misterio. Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio, y así penetrar pueda en el misterio." ¡Es el viento, y nada más!
De un golpe abrí la puerta, y con suave batir de alas, entró un majestuoso cuervo de los santos días idos. Sin asomos de reverencia, ni un instante quedo; y con aires de gran señor o de gran dama fue a posarse en el busto de Palas, sobre el dintel de mi puerta. Posado, inmóvil, y nada más.
Entonces, este pájaro de ébano cambió mis tristes fantasías en una sonrisa con el grave y severo decoro del aspecto de que se revestía. "Aun con tu cresta cercenada y mocha -le dije-. no serás un cobarde. hórrido cuervo vetusto y amenazador. Evadido de la ribera nocturna. ¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!" Y el Cuervo dijo: "Nunca más."
Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado pudiera hablar tan claramente; aunque poco significaba su respuesta. Poco pertinente era. Pues no podemos sino concordar en que ningún ser humano ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro posado sobre el dintel de su puerta, pájaro o bestia, posado en el busto esculpido de Palas en el dintel de su puerta con semejante nombre: "Nunca más."
Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto. las palabras pronunció, como virtiendo su alma sólo en esas palabras. Nada más dijo entonces; no movió ni una pluma. Y entonces yo me dije, apenas murmurando: "Otros amigos se han ido antes; mañana él también me dejará, como me abandonaron mis esperanzas." Y entonces dijo el pájaro: "Nunca más."
Sobrecogido al romper el silencio tan idóneas palabras, "sin duda -pensé-, sin duda lo que dice es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido de un amo infortunado a quien desastre impío persiguió, acosó sin dar tregua hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido, hasta que las endechas de su esperanza llevaron sólo esa carga melancólica de "Nunca, nunca más."
Mas el Cuervo arrancó todavía de mis tristes fantasías una sonrisa; acerqué un mullido asiento frente al pájaro, el busto y la puerta; y entonces, hundiéndome en el terciopelo, empecé a enlazar una fantasía con otra, pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño, lo que este torvo, desgarbado, hórrido, flaco y ominoso pájaro de antaño quería decir graznando: "Nunca más,"
En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra, frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos, quemaban hasta el fondo de mi pecho. Esto y más, sentado, adivinaba, con la cabeza reclinada en el aterciopelado forro del cojín acariciado por la luz de la lámpara; en el forro de terciopelo violeta acariciado por la luz de la lámpara ¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!
Entonces me pareció que el aire se tornaba más denso, perfumado por invisible incensario mecido por serafines cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado. "¡Miserable -dije-, tu Dios te ha concedido, por estos ángeles te ha otorgado una tregua, tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora! ¡Apura, oh, apura este dulce nepente y olvida a tu ausente Leonora!" Y el Cuervo dijo: "Nunca más."
"¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica! ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio enviado por el Tentador, o arrojado por la tempestad a este refugio desolado e impávido, a esta desértica tierra encantada, a este hogar hechizado por el horror! Profeta, dime, en verdad te lo imploro, ¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad? ¡Dime, dime, te imploro!" Y el cuervo dijo: "Nunca más."
"¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica! ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio! ¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas, ese Dios que adoramos tú y yo, dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén tendrá en sus brazos a una santa doncella llamada por los ángeles Leonora, tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen llamada por los ángeles Leonora!" Y el cuervo dijo: "Nunca más."
"¡Sea esa palabra nuestra señal de partida pájaro o espíritu maligno! -le grité presuntuoso. ¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica. No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira que profirió tu espíritu! Deja mi soledad intacta. Abandona el busto del dintel de mi puerta. Aparta tu pico de mi corazón y tu figura del dintel de mi puerta. Y el Cuervo dijo: Nunca más."
Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo. Aún sigue posado, aún sigue posado en el pálido busto de Palas. en el dintel de la puerta de mi cuarto. Y sus ojos tienen la apariencia de los de un demonio que está soñando. Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama tiende en el suelo su sombra. Y mi alma, del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo, no podrá liberarse. ¡Nunca más!